viernes, mayo 28, 2010

Un café, por favor.

Y ahí me encontraba como siempre, en aquellos días de invierno, al lado de la ventana, en el mismo café de todos los días. Con mi taza de café bien cargado y azucarado en mi mano derecha y con mi mano izquierda bajo el mentón sosteniendo mi cabeza, de manera melancólica observaba hacia la calle un sin número de actividades que allí se producían. Me encantaba ser testigo de las escenas que allí se desencadenaban, observar todo tipo de cosas y hasta imaginarme en ellas, imaginar ser partícipe de los más extraños acontecimientos de los cuales yo era sólo testigo.
De algún modo, aún no tenía claro cuál era el propósito de asistir a diario por las mañanas a ese café, sentarme en el mismo lugarcito de la esquina, único con sólo dos asientos, y mirar pensativa hacia la ventana que daba a la avenida principal. Pero... ahí me hallaba, tan puntual como siempre, pidiendo lo habitual...
¿Qué esperaba conseguir en estos paseos matutinos y mi estancia en dicho café? El no tener respuesta, me hacía sentir triste, descolocada y completamente fuera de lugar.
Mientras observaba que todos tenían muy claro lo que hacían, yo me limitaba a tomar sorbos de este líquido oscuro, jugar con el azucarero de porcelana muy fina que estaba sobre la mesa y mirar distraidamente entrar y salir personas del local y el movimieno realizado en la avenida.
Para variar un poco la rutina, llamé a la mesera y le pedí otra taza de café, pero esta vez menos amargo... quería averiguar si me daría la misma sensación en mi paladar, quería averiguar si algo a mi alrededor cambiaría...
Para mi asombro, al recibir la taza de la mesera, la cuchara resbaló y cayó al suelo, ¿será algún preludio de que las cosas cambiarían?
Me limité a no darle importancia, utilizar la cucharita anterior y esta vez echarle tres de azúcar, dejando el azucarero al borde de la mesa para tapar una manchita del mantel.
Comencé nuevamente a internarme en lo que mis ojos miraban a través de la ventana, revolviendo de manera infinita la taza de café, sin haber probado ni un sólo sorbo... La ubicación que tenía era favorable, podía llegar a ver lo que ocurría hasta la cuadra siguiente, por el camino del frente.
Y así fue como comencé a observar a cierta persona que me llamó mucho la atención. Cierta persona que resaltaba en creces de las demás. A diferencia del resto, éste caminaba lentamente, como si el tiempo fuera lo que más sobraba en esta vida, se tomaba el tiempo suficiente para admirar las vitrinas de libros y arte que por allí frecuentaban, miraba de vez en cuando el cielo y parecía estar completamente desconectado del movimiento que lo rodeaba.
No lo perdí de vista ni un segundo y analizaba curiosamente su manera de caminar y lo que hacía.
Siguió caminando en línea recta, hasta que practicamente quedó al frente mío por la vereda del frente. Mi corazón, por algún motivo que desconozco, comenzó a acelerarse un poco.
Observé atónita mientras cruzaba la calle.
Cuando creía que ya nada podía ser más diferente, ingresó al café donde yo estaba. En ese momento creí que mi corazón explotaría... iba a todo dar. ¿Cómo podía ser que aún ni siquiera conociéndolo, podía llegar a experimentar los sentimientos más profundos dentro mío, volviendo así a sentirme como adolescente y tener esa sensación de conocerlo desde toda la vida?
Las cosas pasan por algo, y lamentablemente para mí, ese algo fue la cosa más estúpida que podía ocurrirme. Al voltear para ver hacia qué mesa se dirigía, pasé a llevar el fino azucarero que equivocadamente había cambiado de lugar, y éste cayó al piso, derramando su contenido en mis piernas y en el suelo, y con ésto, depositando toda la atención de los clientes de éste lugar, inclusive la de este misterioso tipo. Ahogada de la vergüenza ante tal estupidez y tratando de recoger los pedazos de azucarero hecho trizas en el piso, agarré uno de manera nerviosa cortándome un dedo. De pronto veo una sombra en frente mío que se queda detenida observándome. *Quizás es la mesera que me viene a sacar del local, que vergüenza*, pensé.
Levanto la cabeza lentamente y me encuentro con algo que no podía ser más imposible. Una mezcla de todo tipo de sensaciones me invadió por dentro: dolor, rabia, vergüenza, felicidad, miedo, asombro...
Era el tipo, sí, ese tipo por el cual cometí reverenda tontera, estaba en frente mío con una sonrisa observándome. Sentí como de a poco mi rostro se enrojecía más y más y mi cara ardía de la vergüenza.
-A cualquiera le puede pasar, relájate.- Me dijo con voz suave, mientras se inclinaba y me ayudaba a levantar los restos.
Atónita y sin poder articular una palabra, me quedé ahí, observando boquiabierta, mientras mi dedo sangraba a causa del corte, cosa que no pasó inadvertida por el chico.
-Uhh, a ver, te cortaste.- Dice dejando los restos ordenados en el suelo para tomar una servilleta que había sobre la mesa y tomando mi mano, cubre la sangre con ésta. -¿Cómo es que no te duele?-
-N... n-no.- Balbuceé tontamente.
Claramente sentía dolor en ese momento, pero lo asombrada que estaba me impedía demostrar cualquier sentimiento. Quería decirle algo, necesitaba decirle algo, aprovechar ese oportuno momento para poder hablarle. BENDITA TAZA Y BENDITA BUENA VOLUNTAD DE ÉL. Pero qué maldita mala suerte la mía no poder controlarme en ese momento y sólo tartamudear estupideces.
A lo lejos, veo que se acerca la mesera, quien con toda su buena voluntad, sonriéndome, recoge los restos y le dice al chico: -No se preocupe, yo me ocupo de ésto.-
-Está bien, voy a mi mesa entonces.- Responde el chico. -¿Estarás bien? Te veo media pálida.- Agrega mirándome serio.
-S-si.-
-Espero que así sea. Un gusto haberte conocido, nos vemos en alún otro momento.- Se despide volteando para irse a su mesa.
Y yo, aún con cara de estúpida y atónita por todo lo ocurrido, me vuelvo a sentar, muda como todo el tiempo, apretando la servilleta contra mi dedo herido, sin haberle dado siquiera las gracias, sin haber articulado más de un monosílabo, sin haber aprovechado la oportunidad de hablarle a tan misterioso chico que me hizo tener tantas sensaciones en un mismo tiempo y que quizás no vuelva a ver en mi vida... Aceptándo mi derrota, agarro mi taza para beber un sorbo de café...

Era tarde... mi café se había helado.